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  • Foto del escritorJimmy Garcia Camargo

¿Es cierto que el destino existe?

Actualizado: 9 jul 2020

Los recuerdos son los que hacen de mi memoria un catalogo de hechos, de momentos y circunstancias, y lo más significativo, de anécdotas que fueron trazando mi camino en diferentes etapas.



Estas van de la mano de algo que muchas veces no creemos, y en forma peyorativa llamamos: DESTINO. A lo largo de éste, que bien puedo llamar mi anecdotario de vida, se puede confirmar desde ya, que en todo momento el DESTINO me presentó las oportunidades de algo que seguramente mi subconsciente… esperaba.


Al terminar mis estudios de secundaria, mi mamá me preguntó qué pensaba hacer. Si ya había decidido qué profesión iba a escoger. Y mi respuesta fue inmediata:


-No mamá. Sí he pensado, pero nada que sea derecho, porque ya hay suficientes abogados en la familia, pero le he dado muchas vueltas y no encuentro algo que de verdad me guste.-



Ella con su tono maternal, pero con su siempre sugerente consejo, me dijo:

-Hijo, porqué no te tomas un año SABÁTICO.


-¿Sabático? y ¿qué es eso? Esa palabra no la conozco.


-Haber hijo, la palabra sabático es sinónimo de descanso, por ello el día de la semana en el que Dios tomó descanso se llamó SÁBADO. A propósito, se me ocurre algo. Como tú sabes, tu hermano Álvaro está viviendo en Pasto y es el director de la oficina del Ministerio de Agricultura de Nariño,


-¿qué te parece si le escribo proponiéndole que te invite a pasar unas vacaciones?-



Dicho y hecho, en menos de tres días, estaba en un avión, era la primera vez que montaba en este aparato, y como Pasto no tenía aeropuerto, el avión aterrizaba en Túquerres, ciudad ubicada en la altiplanicie más alta del departamento de Nariño (2900 mts sobre el nivel del mar), de allí, Avianca nos llevó en bus hasta Pasto. Una vez allí, me dirigí a casa de mi hermano.



Ya en casa, recibí un saludo muy especial de parte de mi hermano Álvaro, y de Blanquita (su esposa), quienes me indicaron los detalles a seguir en mi estancia. La primera invitación que encontré fue la de un colega de mi hermano, también Médico Veterinario, para que lo acompañara al Putumayo, que en ese momento era un municipio de Nariño. Acepté encantado, y lo primero que conocí fue El Valle de Sibundoy (ubicado al sudoeste de Colombia en las estribaciones del macizo colombiano. Forma parte de la gran cuenca hidrográfica del río amazonas), por cierto una región muy bonita. Después de que mi compañero de viaje cumplió con su trabajo, más o menos cinco de la tarde, me propuso que emprendiéramos viaje a la capital, Mocoa, cosa que me pareció muy lógica, pero… nunca pensé lo que nos esperaba.



Primero: la carretera era algo llena de curvas y de una sola vía, lo que requería que el paso se diera por radio-teléfono, a los que subían y luego a los que bajaban. Las curvas eran muy cerradas, y las llamaban lupas, cada una tenía un nombre, por ejemplo recuerdo una: la que la llamaban “LA LUPA DE LA MUERTE PENDEJA” nombre puesto por los ingenieros y obreros, porque como para abrir la carretera tenían que dinamitar la montaña, cuando iban a detonar, la dinamita, todo el personal tenía que esconderse en sitios lejanos y, por cosas del destino, al obrero que más lejos se escondió, le cayó una piedra e, infortunadamente, lo mató.


Segundo: en otra de las tantas curvas, encontramos un derrumbe y mi compañero me dijo:


- “este derrumbe es pequeño y estos carros con doble tracción lo pasan”-


El carro era un Jeep, para mejor ilustración. Entonces, mi conductor le puso LA DOBLE, y al pasar se recostó sobre el barranco, pero… pasamos y me pidió que me bajara y mirara si la llanta de repuesto (que en esos carros iba en el costado izquierdo) estaba en su sitio. Cuando le indiqué que ahí no había ningún repuesto, el susto para mi compañero, fue mayúsculo. Se bajó veloz y al constatar mi informe, se tomó la cabeza a dos manos y repetía:


-“Es que este carro es de dotación de la oficina donde yo trabajo y respondo por él, “su hermano (es decir Alvaro mi hermano) me va a matar”


Entonces entendí que este colega de mi hermano estaba bajo las órdenes del “Doctor García”. Pero, ya no había nada que hacer, teníamos que seguir nuestro viaje hacia Mocoa -ciudad capital del departamento del Putumayo-. Pero al continuar el viaje, en la siguiente curva, nos encontramos otro derrumbe, este más grande y, por más que le pusiera la doble al JEEP, era imposible pasar.


A los pocos minutos oímos voces, al otro lado del derrumbe, que nos preguntaban si los que íbamos ahí éramos los del campero, que ellos sabían, estaba adelante. Entonces, nos dijeron que buscáramos dónde escondernos porque era necesario dinamitar. Serían más o menos las diez de la noche. Solo el destino nos favoreció, a unos pocos metros divisamos una trocha, como entre la montaña, y metimos el campero detrás de un cerro pequeño, esperando que la Divina Providencia nos favoreciera.


Pasó, por lo menos, una hora… la noche era oscura.A la radio del carro no le entraba ninguna emisora, entonces, nos pusimos a silbar la música de canciones y cada uno debía adivinar cuál era. Y en otros casos a recitar la letra. De todos modos, aunque ninguno de los dos se atrevía a manifestar el miedo que tenía, la angustia fue muy grande. Cuando salimos a la estrecha carretera, nos encontramos con el carro que venía detrás de nosotros y nos dijeron que estaban muy asustados porque la distancia nuestra, con relación al primer derrumbe ,era muy poca y como no nos vieron, por lo que la pasamos a “las malas”, ya ese derrumbe estaba muy grande y creyeron que nos había sepultado. Ya no teníamos ninguna alternativa distinta y continuamos nuestro camino hacia Mocoa.


Al fin llegamos a la capital. Esa noche caía un torrencial aguacero. La habitación del hotel, donde nos alojamos, tenía más goteras que las que seguramente nos podría haber dejado la dinamita del camino, que por fortuna fue del camino, o de lo contrario no estaría contando el cuento.


DEFINITIVAMENTE EL DESTINO EXISTE.
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